Los robots sueñan con tocar música electrónica

BEN GORDON, EL PAÍS

La TR-808 fue una de las primeras cajas de ritmos que salieron al mercado. Su llegada en 1980 supuso una pequeña revolución en el mundo de la música pop y rápidamente la efervescente escena del hip hop y el dance la adoptó como su predilecta, gracias a su versatilidad, sus inconfundibles sonidos y su facilidad de programación. En el éxito Sexual Healing, el sonido inconfundible de la TR-808 acompañaba la voz de Marvin Gaye, y el rey del Bronx Africa Bambaataa –una de las grandes referencias en el inicio del rap neoyorquino- consiguió convertir la pequeña caja de ritmos en un instrumento imbatible. De hecho, la 808 ha aparecido en más hits musicales que ninguna otra herramienta similar, y su popularidad ha sido tal que Kanye West la utilizó en todos los temas de 808&HeartBrake, un trabajo editado en 2008. La histórica caja de ritmos puede presumir incluso de tener un documental propio estrenado en 2015 (808: the heart of the beat that change the music), hasta esos extremos llegó su leyenda.

Para muchos músicos, el gran secreto de la TR-808 estaba en que, con la técnica de aquellos años, era imposible reproducir fielmente una percusión analógica, así que el intento de esta caja de ritmos lo que consiguió en realidad fue crear un nuevo y fascinante sonido. Así lo entiende también Moritz Simon, músico e ingeniero robótico, quien ha prolongado la vida de este instrumento al recrearlo a gran tamaño en su instalación MR-808. La propuesta de Simon consiste en una gigantesca caja en la que varios brazos robóticos que pueden ser programados por el público, tocan distintas percusiones. Este trabajo es solo uno de los proyectos de Simon, fundador de Sonic Robots, e interesado en investigar la creación musical desde el punto de vista de sus interacciones con la tecnología.

Discos duros, relés, lengüetas, motores y solenoides se sincronizan en Glitch Robot, la más interesante de las creaciones de Simon, para ofrecer un sonido único: “La sensación al escucharla es muy particular, porque no es perfecta, pero al mismo tiempo se nota que no está tocada por un humano. Es un punto intermedio”. La forma más gráfica de describir lo que se ve sobre la mesa de Simon cuando ofrece un concierto es imaginar una caja de ritmos a gran escala destripada, abierta para poder ver cómo funciona en directo. Es una evolución de lo que el propio Simon hizo con el tocadiscos y el radiocasete de sus padres cuando era un adolescente y quería averigüar cómo se transmitía la música en aquellos aparatos. Con el experimento se ganó una buena bronca… y una orginal propuesta artística que hoy le lleva por medio mundo con sus robots: “La música eletrónica sólo la ves en el ordenador, no sabes lo que está ocurriendo, pero viéndola así la puedes tocar y trastear con las manos”.

Los robots sueñan con tocar música electrónica