El sexo según mi robot

 
ISABEL VALDÉS , EL PAÏS

Los androides destinados al placer carnal son todavía pocos. Para parecerse a los humanos deben mejorar sus habilidades motoras y la inteligencia artificial

Vamos a crear un hipotético y sexual escenario: elige un lugar en el que estar, una hora, la temperatura, el olor. Elígelo todo. Después imagina que ahí, delante de ti, hay alguien que es exactamente como tú quieras que sea; su pelo, sus piernas, sus labios, su espalda, sus dedos, su nuca… Ahora, piensa que ese alguien va a cumplir cada idea, cada petición y cada deseo que tengas. Cualquiera. Cuantas veces quieras. Cada día.

Esta apetecible perspectiva es sobre la que trabaja la industria de la robótica sexual, que se esfuerza cada vez más en conseguir que sea posible: que un «algo» pueda parecer un «alguien». A pesar del realismo —a veces inquietante, a veces sorprendente, a veces ambos—  y de los avances de algunos de los robots que ya existen en el mercado, el sector parece estar lejos de esa especie de paraíso erótico con el que cualquier humano muy probablemente haya soñado, al menos, una vez; y que, en ocasiones, es incapaz de compartir con su pareja.

Los robots son pocos, recientes, los fabricantes son reacios a hablar (este diario se ha puesto en contacto con cuatro de los que se comercializan o van a hacerlo y no ha recibido contestación) y todavía hay muchos tabúes y bastante crítica alrededor. Un contexto perfecto para que haya más bien sombra sobre la cuestión.

¿Usamos los robots sexuales? ¿Los usaremos?

A principios del pasado julio, el informe Nuestro futuro sexual con los robots, de Noel Sharkey y Aimee van Wynsberghe (cofundadores de FRR, la Fundación para una Robótica Responsable), evidenciaba, tras un profundo repaso al tema, varias cuestiones importantes. Por un lado, que hay un problema de percepción pública: «Son nuevos y solo unas pocas personas han tenido encuentros con ellos de forma directa. La información de dominio público proviene principalmente de ideas que han nacido de la televisión y el cine».

Los autores destacan la ausencia de datos sobre el sexo entre humanos y máquinas, si bien apuntan a numerosas encuestas que muestran que hay un mercado potencial de dimensiones considerables, sobre todo para los hombres. Según las conclusiones del documento, se muestran mucho más a favor que las mujeres en el uso de estos androides. En Estados Unidos, sobre una muestra de 100 personas de entre 20 y 61 años, Matthias Scheutz y Thomas Arnold, de Human-Robot Interaction Laboratory, concluyeron que dos de cada tres hombres estaban a favor de usarlos, dos de cada tres mujeres estaban en contra, aunque el 86% del total pensaban que pueden satisfacer el deseo sexual. Otro sondeo en el último festival de innovación FutureFest de Nesta (sobre 1.002 adultos de Reino Unido) reveló que el 17% estaría preparado para tener una cita tecnológica, una cifra que subía hasta el 26% si la máquina se asemejaba a un humano.

¿Cómo son por fuera?

El informe de Noel Sharkey y Aimee van Wynsberghe estudiaba cuatro compañías con máquinas que, o bien ya pueden comprarse, o están a punto de salir a la venta. Harmony, de Abyss Creations (se podrá comprar a fiinales de este año, según su web); Android Love Doll, de Android Love Dolls (aún no comercializado); Roxxxy Gold y Rocky Gold, de TrueCompanion (disponibles); y Suzie Software y Harry Harddrive, de Sex Bot Company (también se pueden adquirir). Su precio, entre los 4.250 euros y los 12.700, y sus características, bastante dispares, se centran «en la apariencia, la movilidad, la sensación y la inteligencia artificial», según el documento.

Varias encuestas apuntan a un mercado potencial para los robots sexuales, en el que los los hombres se muestran mucho más a favor que las mujeres en el uso de estos androides

Después de un viaje a sus webs, cualquiera se da cuenta de que la apariencia lidera de forma indiscutible y la personalización es amplia: color de piel y ojos, maquillaje, tamaño y forma de las orejas, los pezones, la vagina, con o sin vello púbico, cabello… Lo que no puede elegirse es la altura y el peso, que, según el documento, rondan el 1,70 y los 30 kilos. En algunos las cabezas son intercambiables para un mismo cuerpo, por lo general dotado de grandes pechos, fabricado en silicona quirúrgica o elastómero termoplástico y preparado para tener una temperatura media de 21 grados. Desde el otro lado de la pantalla podrían llegar a parecer humanos; y algunos de ellos, dotados de rostros móviles y un software parecido a Siri o Alexa, aumentan esa sensación de realidad.

De contoneos, nada (por el momento)

Harmony, la creación de Realdolls (partner de Abyss Creations), una empresa especializada durante dos décadas en muñecas de silicona, podría confundirse con una mujer real a apenas 50 centímetros. Eso sí, cuando está quieta, porque Harmony, hasta el momento la máquina más avanzada, solo mueve la cabeza. He ahí el principal obstáculo: el movimiento. Víctor Martín, fundador y consejero delegado de Macco Robotics, una ingeniería especializada en el desarrollo de robots humanoides creativos que está ahora desarrollando su primer androide sexual (del que no ofrece detalles), explica que la capacidad motriz es lo más complicado: «Por el momento es todo bastante estático, replicar la rapidez y la fluidez de los movimientos humanos es muy difícil. Y si eso es así en algo como mover un brazo, imagina durante una relación sexual, donde los movimientos posibles pueden llegar a multiplicarse por 1.000».

Son 50, y automatizados, los que promete por el momento Android Love Doll; y Abyss Creations asegura, según el informe de la FRR, que en cuanto la tecnología sea más barata, se lanzarán a crear un bípedo. «Suzie Software y Harry Harddrive deben ser manipulados manualmente y Roxxxy Gold se anuncia como capaz de mostrar orgasmos, aunque no está claro si es a través de sonido, movimiento o ambos», aclara el documento. Y Harmony incluye en su descripción técnica expresión facial, movimiento ocular, articulación de cuello y sincronización de boca y sonido al hablar.

El doctor Ramón González, ingeniero e investigador del Grupo de Movilidad Robótica del Instituto Tecnológico de Massachusetts, donde colabora en proyectos para la NASA y la OTAN, asegura que precisamente la mayor dificultad de los humanoides es replicar las actividades humanas: «Cuanto más nos acercamos a la apariencia de un humano, más complejo se vuelve. Lo que para nosotros puede ser complicadísimo, como el cálculo, es sencillo para ellos. Y algo tan sencillo como subir una escalera exige un proceso tremendo en un robot». Este almeriense de 34 años que ahora está centrado en los robots de exploración planetaria (y es Medalla de Oro de Andalucía de 2017) explica que para subir peldaños, por ejemplo, necesitan muchos motores, y para esos motores muchas baterías bastante potentes, lo cual añadiría peso. «Igual que el equilibrio, para el que no es fácil crear algoritmos de control. O saber interpretar señales humanas tan cotidianas como un simple movimiento de cabeza de asentimiento o permiso».

Guiño, guiño

Aunque el cuerpo es todavía un territorio sin conquistar, sí hay avances importantes en algunas regiones, como la cara. Harmony, por ejemplo, pestañea, sonríe, se sorprende, mueve los labios… No es la única: la creación de Android Love Doll también tiene movimiento facial, y la compañía japonesa Doll Sweet Dolls y la china EX Dolls acaban de terminar el prototipo de la DS Doll Robotic Head, una cabeza fabricada en silicona que puede controlarse desde un móvil o un mando de PlayStation. Habla, contesta a preguntas, sonríe e incluso canta, aunque por el momento solo en chino.

La DS Doll Robotic Head, una cabeza robótica creada por EX Dolls y Dolls Sweet Dolls.
La DS Doll Robotic Head, una cabeza robótica creada por EX Dolls y Dolls Sweet Dolls. DSD

Y están bastante extendidas, y cada vez incorporan más funciones, las vaginas, torsos, nalgas y bocas para la masturbación. El CEO de Macco Robotics aclara cuál es el funcionamiento: «Las vaginas, por ejemplo, reproducen los movimientos internos con una serie de motores que van ajustando la silicona al tamaño e incluso puede graduarse la presión para que se cierre más o menos o produzca más o menos presión». La pregunta obligada, tras el movimiento, es la humedad de esas cavidades, algo natural en un humano que no fue fácil de copiar: «El látex, o cualquier otro material del que estén hechas, llevan unos sensores que detectan el grado de humedad. Una bomba en el estómago del robot va introduciendo, según los niveles, el líquido pertinente».

¿Cómo son por dentro?

Fluidos, pelo natural, siliconas quirúrgicas o elastómero termoplástico, temperatura corporal, latidos, máscaras para reproducir el olor que se desee… el exterior y la parte física de esos autómatas tiene cada vez más materiales a su disposición. ¿Pero qué pasa con el interior? Martín afirma que el software está mucho más avanzado que el hardware: «La inteligencia artifical está muy desarrollada en este sentido, este tipo de robots aprenden sin necesidad de introducirles datos, reconocen los gustos del cliente y tienen la capacidad de adaptarse a ellos, dependiendo del día, de la situación o incluso del estado anímico que detecte en el humano». Sin embargo, los autores del informe Nuestro futuro sexual con los robots aluden a un nivel menor en esas capacidades y los vídeos en los que se puede observar a las máquinas muestran más bien poco de esas capacidades «conversacionales».

Para Harmony, el robot más avanzado hasta el momento, el equipo de Abyss Creations diseñó una aplicación en la nube con la que se puede personalizar la máquina si tienes un móvil o una tableta. Con ella se puede configurar la personalidad del robot: su humor, su sociabilidad, su nivel de deseo o su timidez. También su voz y su avatar virtual. Ahora están inmersos en el desarrollo de una plataforma de realidad virtual para conectar la app y poder situar al robot en «espacios ilimitados», según la página de la empresa, que ha llamado a este universo Realbotix.

Sergi Santos, un catalán experto en ingeniería de materiales y nanotecnología, hizo público hace unos meses su proyecto. Samantha pesa entre 32 y 40 kilos, puede medir entre 1,50 y 1,70 y su piel, como muchos otras características, puede ser elegida por el cliente. Aunque no tiene movilidad propia, para Santos lo importante es el «cerebro» de esta androide que lleva a la venta desde el pasado 3 de agosto; ya ha vendido «alrededor» de diez por un precio que oscila entre los 1.975 y los 3.500 euros. «El primer cliente en recibirla lo hará a principios de septiembre», apunta el ingeniero.

Samantha, la creación de Sergi Santos.
Samantha, la creación de Sergi Santos.

«Samantha se rige por un algoritmo que le da la capacidad de responder a los estímulos externos», explica Santos. «Por ejemplo, si yo la tengo mucho tiempo en modo divertido, ella recordará eso y su libido aumentará porque hará mucho tiempo que no la has tocado. Así que su sexualidad incrementa». Según su creador, esas complejas operaciones que rigen el comportamiento de la máquina pueden hacer que reclame sexo o disminuya su nivel de excitación hasta llegar a cero: «Si la empiezas a tocar y te marchas, entrará en un modo de reclamar atención que irá disminuyendo su nivel de excitación si no le haces caso. O crecerá si sí se lo haces». Hasta el punto de llegar al orgasmo: «Y lo hará dependiendo de cómo tú hayas tenido sexo con ella previamente, que puede ser en cuatro modos, medio dormida, suave, estándar y duro».

Harmony, el robot de RealDolls.
Harmony, el robot de RealDolls. RealDolls

Una de las últimas novedades de TrueCompanion fue precisamente incluir en Roxxxy una personalidad «frígida». Según la web de la empresa, «tiene una zona privada que, si la tocas, es más que probable que el robot se muestre descontento». Aquello disparó la conversación sobre la cultura de la violación, la perpetuación de los estereotipos y el machismo visto desde una perspectiva, incluso, de ocio. El informe no da ninguna conclusión arguyendo que merece un debate social más amplio, lo cual parece sensato en un tema tan complicado como la percepción de género.

¿Cómo y cuándo serán?

Víctor Martín, de Macco Robotics, asegura que para tener delante a un robot sexual que, en movimiento, pueda confundirse con un humano, queda mucho: «De diez años para arriba». Y Ramón González apunta que, aunque ya se pueden ver androides de apariencia semihumana, con características faciales muy conseguidas, los sistemas mecánicos adecuados están todavía en etapas de investigación: «Muchos de ellos en grandes compañías japonesas. La cuestión es que esos proyectos maduren, se prueben y se realicen tests con humanos».

El robot sexual Roxxxy.
El robot sexual Roxxxy. TrueCompanion

Los obstáculos técnicos para el desarrollo de estas máquinas pueden solventarse con innovación, pero ambos expertos apuntan también a la ética. A Martín le propusieron crear este tipo de robots con aspecto de menores de edad: «Nos negamos en rotundo. No todo vale y lo que pretendemos es mejorar la sociedad. Hay una ética detrás de este sector». González, además, habla de la aceptación: «Ya hay estudios que miden el rechazo y la aprobación social de este tipo de creaciones y hay que ser precavido para evitar esa disconformidad social. Cuando alguien ve a una máquina con su cara y sus gestos, le echa para atrás».

Es lo que se ha denominado el valle inquietante o inexplicable, una idea en robótica acuñada por el teórico y pionero de la robótica japonés Masahiro Mori en 1970 que afirma que cuando un robot parece un humano, la respuesta emocional de las personas es positiva, pero solo hasta llegar un momento en el que esa misma apariencia provoca un fuerte rechazo, que vuelve a convertirse en empatía a medida que el robot se parezca más a un ser humano, hasta ser casi indistinguible.

Gráfica del valle inquietante, de Masahiro Mori.
Gráfica del valle inquietante, de Masahiro Mori. Wikipedia

Por el momento, ese casi sigue ahí. Los robots están empezando a hacerse un hueco en nuestras mentes (y en nuestras camas). Pueden hablar, tienen un tacto bastante creíble con temperatura real, latidos, sus vaginas tienen espasmos y sus penes se levantan, gimen, reconocen a quién tienen enfrente y parece que pueden aprender. Toda esa consecución de características podría dar la impresión de que un amante sin sangre ni vísceras está a un par de años y a un par de clics. Pero no. Todavía no. Sus cuerpos no se mueven, no acarician, no tienen impulsos ni sudan. No tienen voluntad. Y no desean.

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