Sergio C. Fanjul – EL PAÍS
La inteligencia artificial ha logrado realizar poemas, pinturas o composiciones musicales, pero ¿en qué lugar queda la creatividad, la originalidad artística y las emociones?
¿Puede escribir poemas una máquina? La pregunta se amplía más allá de los versos, al arte en general. ¿Existen, o pueden existir, las máquinas artistas? Lo cierto es que ya conocemos multitud de experiencias en las que las máquinas escriben poemas, componen música o pintan cuadros. La pregunta es si lo que hacen es verdaderamente creativo. Y eso depende de lo que entendamos por creatividad o de qué tipo de creatividad hablemos. El ámbito dedicado a desarrollar estos ingenios y resolver estas preguntas tiene un nombre: creatividad computacional.
«En efecto, todo depende de cómo definamos la creatividad», explica el filósofo de la ciencia y la tecnología David Casacuberta, profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona. «La creatividad puede ser tomada como un proceso social, caso en el cual ni las personas ni las máquinas individuales serían creativas. O también podemos pensar que creatividad es tomar dos cosas que ya existen para crear una nueva: en este caso las máquinas son muy creativas».
Para enfrentar este problema, la filósofa Margaret A. Boden, distinguió entre tres tipos de creatividad: la combinacional, que combina ideas existentes, la exploratoria, que genera ideas nuevas explorando espacios conceptuales, y la transformacional. Esta última viene a romper anteriores estructuras y crear espacios nuevos. Digamos que los artistas más rompedores con su tiempo, diferenciándose del resto y dando arriesgados saltos hacia delante (por ejemplo Picasso con el cubismo o Schönberg con la música dodecafónica), mostraron este tipo de creatividad.
Las máquinas pueden ser muy buenas en el primer caso e incluso en el segundo, pero se requiere, por el momento, una mente humana para desarrollar una creatividad de tipo transformacional. “También hay que tener en cuenta que, aunque las máquinas no puedan romper reglas estéticas y crear otras nuevas, tampoco la mayor parte de los seres humanos pueden hacerlo, solo algunos muy señalados”, apunta Ramon López de Mántaras, director del Instituto de Investigación de Inteligencia Artificial (IIIA) del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).
Máquinas poetas
La poesía es uno de los campos en los que la creatividad computacional más ha escarbado. La idea de que una máquina escriba poemas no es nueva: ya la tuvo el filósofo Ramón Llull en el siglo XIII o Alan Turing, padre de la computación, cuando la informática solo balbuceaba, a mediados del XX. En Los viajes de Gulliver, publicado en 1726, Jonathan Swift habla de una máquina de creación literaria. Hoy estas máquinas, dentro de ciertos límites, existen.
WASP (Wishful Automatic Spanish Poet) es un poeta automático desarrollado por Pablo Gervás, profesor de la Facultad de Informática de la Universidad Complutense: “Para desarrollar un ingenio de este tipo tenemos que entender cómo la mente lee, porque es la destinataria del poema, pero no necesariamente entender cómo la mente escribe”. Dentro de su tarea entra la investigación de modelos cognitivos, la memoria, en fin, el pensamiento. A WASP se le dan instrucciones: la métrica, la rima; se le ordena inspirarse en la obra de un poeta. Y WASP obedece y escribe. Como los humanos, con el tiempo la máquina va aprendiendo nuevas formas de hacer poesía, y distingue mejor si lo que ha producido es buena poesía o ripios y frases banales. Bajo influencia de Lorca, WASP tejió estos versos:
Yunques ahumados
sus muslos se me escapaban como
peces sorprendidos
la mitad llenos de alas.
No es el único proyecto de Gervás: PropperWryter se dedicaba a escribir cuentos siguiendo las estructuras que Vladimir Propp encontró en los cuentos rusos. “Se trataba de desmontar los cuentos para luego montarlos otra vez de forma diferente”, dice. También generaron el argumento del musical Beyond the Fence, el primero generado por ordenador. “Esto fue similar solo que utilizando los argumentos propios de los musicales, como son las historias de amor, que no aparecen en los cuentos”, desarrolla el ingeniero.
Tuiteros: poetas involuntarios
Hace unas semanas se extendió por las redes sociales una herramienta llamada Poetweet, que genera diferentes tipos de poemas (sonetos, por ejemplo) utilizando los tuits escritos a lo largo del tiempo por un usuario. El escritor Sergio del Molino, autor de La España vacía (Turner), uno de los libros más exitosos del año pasado, nos cede algunos versos, que no sabemos si son de su autoría o, por el contrario, el autor es el propio programa Poetweet.
Mi correo es público, me dices.
Remangada, luciendo la pantorrilla.
Yo no había nacido entonces. Maravilla.
Va la España Vacía. Tiene Narices.
Esta estrofa, que no sería tan descabellado pensar que ha sido escrita por un ser humano (es mejor que muchas estrofas escritas por seres de carne y hueso), y que cumple las reglas de métrica y rima, es un ejemplo de esa creatividad combinacional. “Una máquina puede obtener con mucha rapidez gran cantidad de combinaciones, hasta llegar a cifras astronómicas, por eso tenemos que programar heurísticas, es decir, límites que restrinjan el espacio de posibilidades”, dice López de Mántaras, “de otra manera obtendríamos algo estúpido, aleatorio”.
En la experiencia Poesía Asistida por Computadora (PAC), el artista Eugenio Tiselli trató de crear una especie de ayudante tecnológico para esos poetas bloqueados a los que parecen haberles abandonado las musas. Esta tecnología propone material al poeta humano que lo va modelando y dando sentido y término. Al final resulta una coautoría de la obra, hombre-máquina. Aún así, para evitar que PAC fuera solo una musa, el poeta Vicente Luis Mora se dedicó a buscar dentro de la generación de la máquina unos versos que pudieran atribuírsele a Góngora. Y los encontró:
a una hora en que la fruta llena
azul celeste método congrega
Dos endecasílabos que lo cierto es que dan el pego.
Robots pintores
Rembrandt vivió en el s. XVII en los Países Bajos, donde fue uno de los maestros del barroco. En los años 60 del siglo pasado el Proyecto Rembrandt comenzó a recoger una base datos sobre las obras del artista para evitar falsificaciones. Décadas después, el año pasado, sucedió el milagro: Rembrandt volvió a la vida y pintó un cuadro. El próximo Rembrandt es un retrato de un hombre de la época que podría decirse que ha realizado el propio maestro a través de una máquina: un software creado por la Universidad Delft y Microsoft recreó la imagen basándose en los datos recogidos sobre su obra. Una vez más la máquina crea a base de recombinar datos anteriores. Eso sí, el resultado es intachable: la única diferencia con un Rembrandt auténtico es que no lo es. Si esto es arte o no es ya una cuestión para los críticos, filósofos y, sobre todo, el mercado. La innovación y la digitalización están consiguiendo cotas inimaginables. Pero, sin duda, el talento creador original no está a su alcance: nii los sentimientos ni las emociones.
¿Y qué hay de los estados de ánimo, de las emociones, y otros asuntos propiamente humanos? Hay programas que los tienen, o pretenden tenerlos. The Painting Fool, desarrollado desde hace diez años por el matemático de la Universidad de Londres Simon Colton, trata de discernir si las máquinas pueden tener (o simular) características como la intuición o la fantasía. Introduciendo al programa datos sobre la actualidad (noticias, estados de Facebook o Twitter) se consigue que sus pinturas muestren diferentes estilos y estados de ánimo. Digamos que se le inspira: si el mundo va bien resultan imágenes optimistas, de lo contrario aparece el drama. “Mi objetivo es ser tomado en serio como artista creativo algún día”, dice el propio programa en su página web.
Y los robots también han llegado a la pintura, como a tantas otras facetas de la vida. Es el caso de E-David, que desarrolla actualmente en la Universidad de Constanza, y que no tiene pinta de artista: se trata de un brazo mecánico parecido a los que se usan en las cadenas de montaje de coches. La diferencia es que este trabaja con cinco pinceles (que va limpiando) y una paleta de 24 colores. Lo interesante es que sabe elegir la siguiente pincelada de forma independiente, fijándose en lo que ya ha pintado, recibiendo feedback de su propia actividad artística, en vez de seguir un patrón preestablecido. En ese sentido tiene cierta autonomía y los científicos afirman que también servirá para entender cómo los artistas de carne y hueso piensan una obra de arte. Pero, una vez más, E-David tiene que basarse en cuadros anteriores para crear los suyos propios. Por lo pronto no le va mal: este mismo mes expuso en la galería Halle 14, en Leipzig.
Música, cibermaestro
La música es ritmo, armonía, matemáticas, así que es un género querido por los aparatos tecnológicos. Uno de los compositores no humanos más avanzados es el malagueño Iamus, autor de piezas musicales que han llegado a ser interpretadas por la Orquesta Sinfónica de Londres. El programa, creado por el Grupo de Investigación de Inteligencia Computacional de la Universidad de Málaga, está capacitado para crear música clásica a partir de algunos inputs básicos de información. Su disco Iamus (2012), fue la primera obra musical creada enteramente por un ordenador sin intervención humana. Lo único que sabe Iamus son las reglas propias de la música (como las que se aprenden en un conservatorio), los instrumentos que tiene que incluir y la duración de la obra: ni siquiera tiene que inspirarse en otros compositores. También le han enseñado que un acorde de piano no puede tener diez notas, porque la mano humana solo tiene cinco dedos. Así, y siguiendo procesos inspirados en la evolución biológica, Iamus construye sus temas desde un núcleo musical que se va volviendo más complejo. Luego el humano solo tiene que elegir entre sus composiciones. La gran pega es que, según sus creadores, es más difícil que la música de este ingenio llegue a emocionar.
A veces las personas y las imágenes colaboran de un modo más estrecho en la creación de una obra musical. Por ejemplo, la Fundación Telefónica auspició el pasado verano el proyecto en el que se sensorizó a la campeona Teresa Perales, ganadora de 26 medallas de natación paralímpica: el programa creado por la productora Zissou compuso música recogiendo 84.750 datos como velocidad, ritmo cardíaco, frecuencia de la brazada, etc. Una composición al alimón entre la deportista y el ordenador. También con coches: un experimento de la empresa Volkswagen, en colaboración con el grupo de música electrónica Underworld, creó una aplicación que generaba música en tiempo real teniendo en cuenta factores como la velocidad y la posición del automóvil. Y, por supuesto, las máquina son capaces de componer música inspirada en otra música: es el caso de FlowMachines, de Sony, que se alimenta con más de 13.000 canciones de varios estilos (sobre todo jazz, pop, canciones de musicales y brasileñas). En este caso el usuario le pide al programa una canción de un cierto estilo, por ejemplo como el de los Beatles o Duke Ellington.
¿Puede resultar la música generada por máquinas algo fría, sin alma? Si se da el problema tiene solución. El equipo de López de Mántaras en el CSIC ha creado un sistema que añade expresividad a las interpretaciones musicales: acentúa notas, varía su duración, añada un crescendo o un vibratto, entre otros recursos para darle emoción a la partitura, como haría un ser humano sensible.
Los críticos de arte pueden ser robots
Otro problema que plantea la creatividad computacional es la evaluación de la propia obra: “Una máquina puede componer una sinfonía, o 100.0000, dentro de su creatividad exploratoria, pero no sabe distinguir si una de esas sinfonías es buena o es un turrón”, explica Gervás. Una máquina puede, por ejemplo, saber si una obra es original, comparándola con una nutrida base de datos de obras anteriores, sin embargo otros elementos de juicio crítico se le escapan. Sobre todo ahora que en el arte contemporáneo es más importante el discurso que se hace sobre la obra que el propio objeto: probablemente una máquina no consideraría el urinario de Marcel Duchamp como una obra de arte. En el valor de una obra influyen multitud de variables, muchas de ellas sociales, económicas, aleatorias: la fama del artista, su cotización, el estar en el momento adecuado en el sitio adecuado, etc.; variables que, en principio, se escaparían fácilmente del entendimiento de la máquina (aunque también se podrían programar).
De todas formas, igual que hay esfuerzo para crear máquinas artistas, también los hay para crear máquinas críticas de arte. Los ingenieros Ahmed Elgammal y Babak Saleh, de la Universidad de Rutgers, han creado un programa que valora obras teniendo en cuenta gran cantidad de parámetros (la técnica, el contenido, el color…) utilizando una base de datos de 62.000 obras de todos los períodos de la Historia del Arte: así puede sopesar la originalidad o la transgresión, y también la posible trascendencia que tendrá en el arte futuro. La máquina alabó las creaciones de Munch, Lichtenstein y Monet, pero no tanto las de Ingres o Rodin: para una máquina no son tan interesantes. “El algoritmo consiguió destacar las obras que consideraba creativas, en el sentido de originales e influyentes, y lo hizo sin ningún conocimiento de arte o historia de arte, solo mediante análisis visual y considerando las fechas”, escriben los autores.
¿Tecnofobia en el arte?
“Hay preocupación en la sociedad, porque no queremos que nos superen las máquinas”, dice Gervás. Pero también opina que no hay de qué preocuparse, y ejemplifica con el caso del ajedrez. “Al principio las máquinas jugaban peor que los humanos, ahora juegan mejor, y hay hasta campeonatos de ajedrez entre máquinas, a los que asisten humanos como público. Pero eso no quita que los humanos sigan jugando: no hay problema”.
“Nosotros llegamos a la conclusión de que las máquinas son capaces de generar poesía y actos creativos, pero lo más importante es el valor que le otorga el lector”, dice el psicólogo Carlos González Tardón, coautor, junto con el poeta Dionisio Cañas, del libro ¿Puede un computador escribir un poema de amor? (Devenir). Según explica el experto cuando una persona sabe que el poema o la obra que está disfrutando está creada por una máquina le resta valor. Se objeta que detrás de la obra no haya una intencionalidad. “Pero hay sonetos hechos por ordenadores que son tan buenos o mejores que los humanos. Lo que pasa es que la creatividad es uno de los últimos resquicios que nos quedan a los humanos frente a las máquinas”, concluye González Tardón.
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